Janaína Nagata Otoch (estudiante intercambista de Brasil)
Transvanguardia, pintura postpictórica, postminimalismo, neorrealismo,
neodadaísmo. Ante todos esos terminos
tenemos la sensación de vivir en una época donde todo no es más que la pura
reformulación. El arte, abandonando la búsqueda de la novedad tan típica del
modernismo, se conduce sobre sí misma en un intento de elegir un repertorio
para trabajar. Y considerándose el postmodernismo una situación cultural
generalizada, no solo el arte sino también los espacios artísticos se
reformulan, reflexionan sobre sus acervos y, en última instancia, invitan los
artistas a hacerlo también. En este contexto, la propuesta de la exposición del
artista mallorquín Bernardí Roig de dialogar con la colección Lazaro Galdiano
no es una novedad.
Aunque las invitaciones muchas veces ocurren por parte de los museos, no
siempre logran mantener una buena imagen de sí mismos. Tomemos como ejemplo,
desde luego, los múltiples proyectos de Hans Hackee que consisten en duras
críticas y reflexiones sobre el pasado y el archivo de las instituciones. Hay
que acordarse también del proyecto de la artista brasileña Carmela Gross de
apertura de las ventanas por tanto tiempo lacradas del edificio de la Estación
Pinacoteca de São Paulo, edificio que en su pasado histórico fue utilizado como
sede del departamento gubernamental DOPS DOI-COD, el principal órgano de
control y represión de los movimientos sociales durante la dictadura militar
brasileña. Estos son sólo dos ejemplos de cómo la apropiación postmoderna
procesa una alteración del conocimiento histórico y, de este modo, opera como
una crítica de su propia esfera de producción y de recepción. De este modo, aunque
se valen de mecanismos referenciais, apropriacionistas e historicistas, no
rompen completamente con las vanguardias, como pudieran aparentarlo en un
principio, sino que retoman algunas de las críticas lanzadas por estas - entre
ellas aquella duchampiana que se refiere a la institucionalización del arte y
sus procesos de mediación.
A su
vez, la propuesta de Bernardí Roig parece proyectarse en sentido opuesto. El
artista no ha pretendido criticar ni colonizar el espacio de la fundación. Sus
obras, algunas de ellas hechas especialmente para esta exposición, constituyen
una narrativa sutil y sencilla que dialoga con el museo, su colección y
arquitectura, incorporándose a ella de manera singular. Muchas veces incluso
nos hacen recoger rincones inusuales y salas olvidadas del edificio. Por lo tanto, se contemporizan y relacionan intrínsecamente
con el concepto de coleccionismo que propone
la fundación Lázaro Galdeano. Así pues,
la propuesta estética de Bernardí tiene un carácter más “afirmativo”. Eso se
ejemplifica en la frase de presentación de la exposición en la nota de prensa
de la fundación:
“El coleccionista de obsesiones” es la primera exposición
individual de un artista
vivo que realiza el Museo y con ella la Fundación Lázaro Galdiano da un
paso más
en esta nueva etapa en la que se han marcado como objetivo ofrecer una
programación cultural activa y estable que les
permita dar a conocer, desde
múltiples vertientes, la riqueza de la labor cultural que José Lázaro
inició.
Ese carácter afirmativo nos hace reflexionar sobre una característica
latente de nuestro tiempo: por más paradójico que parezca, frente al modernismo
el arte sistémico es el arte de ruptura. Digo eso pues las intervenciones de Bernardí
abdican a los principios de novedad y de rechazo en los cuales se sostenían las
vanguardias artísticas en el período moderno. En su búsqueda por el diálogo, la
sutileza y los distintos sentidos e interpretaciones de la tradición, proporcionan al visitante una relación agradable
y a la vez sorprendente y reflexiva. Pero que al mismo tiempo contemporiza con
las nociones de coleccionismo y de arte como objeto. ¿Será esta la forma que queremos de relacionarnos con nuestro legado
modernista y con las cuestiones planteadas por las vanguardias históricas?
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