Bernardí Roig. El Coleccionista de
obsesiones
Museo Lázaro Galdiano. 25 enero al 20
mayo 2013
En esta exposición, en
ningún momento ni existe, ni tampoco se busca, el dialogo entre las solemnes
obras de museo Lázaro Galdiano y las impactantes esculturas de Bernardí Roig,
en la visita, al espectador le es imposible concentrarse en ambas muestras, como
casi siempre en la vida hay que tomar una decisión, o se ve la obra permanente,
ignorando los extraños hombres blancos que se esconden en los rincones o se
comienza una búsqueda laberíntica, complicada y muy piadosa, para descubrir a
modo de vía crucis, las obras que el
autor ha ido diseminando por todo el museo.
En este caso, el
histórico edificio de cuatro plantas, el
antiguo palacio de La Florida, se convierte solo en un ilustre contenedor y sus elegantes salas y prestigiosas obras de
arte, nada más que en estorbos y dificultades que hay que atravesar y superar
para ir encontrándonos, a los torturados
y blancos cuerpos de Bernandí Roig, que de forma deliberada y malvada ha ido
ubicando y escondiendo por todos los
rincones.
En una de las salas, pequeña y oscura, se exhibe un audiovisual, lo ha realizado el autor, muestra
muy claramente el camino laberintico y a veces claustrofóbico, que hemos de
seguir para conseguir encontrar a las obras, hay que recorrer pasillos, entrar,
salir, bajar y subir, a modo de luz en la cabeza nos han proporcionado un plano
para orientarnos en la búsqueda del tesoro,
pero no hay forma de encontrar nada, tengo que preguntar una y otra vez,
me pierdo por las salas, pero tras varias intentos encuentro lo que estaba
buscando, puede ser ésta una metáfora de la vida, donde el hombre moderno
siempre siente la necesidad de buscar algo, no sabemos muy bien que, es la incapacidad de encontrar la felicidad
lo que mantiene al hombre en una alerta búsqueda
constante.
La intención del
artista en varias de sus obras, es ponernos impedimentos para poder ver, hablar, oír y pensar, existen
siempre los mismos elementos recurrentes, un hombre que parece atormentado,
siempre con una gran carga a cuestas, el neón como elemento de la vida moderna,
los ojos cerrados impiden ver y la boca
en un desdeñoso y amargo gesto, los pies descalzos con el pantalón a medio
abrochar, el personaje más que un hombre real parece un buda oriental, de
carnes flojas y con actitud sumisa, se limita a aguantar las torturas que le
infringe su autor.
Tras una ventana del último
piso, me encuentro al único hombre de blanco, que es algo diferente, está en la
calle, desnudo y con el estigma de la lanza en su costado, como corona de
espinas una estructura de hierro le envuelve la cabeza, Bernadí Roig en esta obra parece reflexionar
sobre la obsesión y el peso de la fe en el mundo actual.
Ya en el jardín, un
hombrecillo blanco, aguanta estoicamente haber sido colgado en lo más alto de
un abeto, quizá queriendo alcanzar el cielo, mientras otro ha sido enterrado en
los arbustos y solo han quedado fuera los pies. El autor de esta
colección de obsesiones ha sido demasiado cruel con este enorme, blanco y
entrañable personaje, que poco a poco ha ido transformándose y humanizándose a
los ojos del espectador.
La búsqueda acaba en la
última planta ante un enorme panel a modo de cajón de sastre, donde todo tiene
su sitio, desde la foto intima familiar, hasta el anuncio pornográfico
publicitario, para terminar el recorrido delante de una vieja foto, de un
profesor con cuatro gafas.
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