miércoles, 30 de enero de 2013

Complejo de San Pedro


Los encargados
Santiago Sierra y Javier Galindo
Galería Helga de Alvear, calle Doctor Fourquet de Madrid.
17 enero – 2 de marzo 2013.
Productora: Helga de Alvear.
Un vídeo, siete pinturas y diez fotografías.


"¿Crucifixión? ¿O lapidación?" pregunta Michael Palin en La vida de Brian. La reina roja y Robespierre abogan por "que les corten la cabeza". Y Javier Krahe se decanta por la hoguera, aunque todos los métodos le parecen "dignos de admiración". Pero para los artistas Santiago Sierra y Jorge Galindo ninguno de estos castigos es suficiente para los políticos de nuestra democracia. Proponen una combinación de todos ellos: dan un paseíllo por el centro de Madrid a los siete cabezas de nuestra democracia, condenados como los siete pecados capitales, crucificados boca abajo sobre los bastidores de madera. Y digo cabezas porque eso es lo que son, testuces limpiamente rebanadas, como una procesión de apóstoles trajeados que han perdido la
misma. Se diría que vienen directamente de la plaza de la Concordia, y le hacen a uno preguntarse si los cuerpos descabezados se están exhibiendo en alguna otra parte del mundo. Una cosa está clara para los creadores de esta performance urbana: estos personajes han sido niños muy malos, y merecen algo más que unos azotes. Como San Pedro, han tenido las llaves de nuestro reino y nos han traicionado en cuanto la cosa se ha puesto fea.

Las testas invertidas desfilan como ovejas arrepentidas, aunque uno no sabría decir si vienen del matadero o se dirigen a él. Sus expresiones están a medio camino entre la altanería y la frialdad, como ajenos o indiferentes a su propia exhibición y condena. Se deslizan al son de música revolucionaria, encendiendo los ánimos del personal ya de por sí crispados. Todo es muy antisistema, muy valiente, pero una vez que estamos cómodamente sentados en el sillón de la galería. Ahí todos somos muy anarquistas, Bakunin estaría orgulloso. Nos sentimos secretamente satisfechos, convencidos de que hemos aportado nuestro granito de arena a la justicia. ¿Pero de verdad alguien está arriesgándose? ¿Cuándo se lleva a cabo la acción rebelde? ¿Cuándo se pasearon las cabezas de nuestra nación? Una mañana de agosto, con el mínimo público posible. Tiramos el coctel Molotov y escondemos la mano.
 

Dicen que todo arte es (o debería ser) político y contestatario, te obligan a tomar partido. Lo políticamente correcto es considerarse apolítico, pero inmediatamente añadimos, "aunque no me tires de la lengua". Estamos deseando politizarlo todo, y el arte no es una excepción. En la obra, los coches cargando con sus cruces, oficiales y anónimos, son el único elemento neutral, como un mero vehículo de la imagen en todos los sentidos. Es muy fácil oponerse al sistema, sobre todo desde los muros legal y financieramente protegidos de una galería de arte. Dicen que cada país tiene el gobierno que se merece, que es su reflejo. Si nos observamos, todos somos esencialmente contradictorios, binarios, dicotómicos. Como en la obra ante la que nos hallamos
, cuando el mundo está boca arriba, el cuadro está boca abajo, y viceversa: el caso es que no haya grises, que todo sea blanco o negro, y que o se tenga toda la razón, o no se tenga ni una pizca de ella. A veces creo que al ser humano, y especialmente al español, lo que le gusta es llevar la contraria, meter el dedo en la llaga a la mínima duda; y terminamos negándonos a nosotros mismos tres veces antes de que cante el gallo. Y otro gallo cantaría si nos preocupáramos menos por nuestras diferencias y más por nuestras semejanzas. Pero desgraciadamente la miseria actual aleja aún más los polos, y nos aislamos en nuestros extremos. Quizá como decía Tolstoi, “todos los felices se parecen, pero los que son infelices lo son cada uno a su manera”. 

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