jueves, 31 de enero de 2013

La obsesión del proceso creativo


EL COLECCIONISTA DE OBSESIONES
Bernardí Roig
Museo Lázaro Galdiano – 25 enero al 20 mayo de 2013-01-30

Carmen Bárbara García Rodríguez

La exposición de la obra de Bernardí Roig en el interior del museo Lázaro Galdiano no es la primera en la que su obra entra en contacto con el entorno y los fondos de un museo clásico. La gran colección que atesoró José Lázaro Galdiano cuenta con grandes obras de la pintura, escultura, grabado, artes suntuarias, y todo tipo de curiosidades que resultaban del interés de un gran coleccionista de su época; y se relacionan en este proyecto con los objetos de interés de Bernardí Roig, con sus obsesiones, que nos encontramos materializadas a medida que recorremos el palacete de Lázaro Galdiano. Su obra se despliega de un modo marginal, aunque en contadas ocasiones interrumpe el paso del espectador o modifica su recorrido, invitándonos a inspeccionar y buscar su huella en el museo, en los rincones menos transitados del jardín, asomándonos a la ventana, y abriendo espacios vedados a los visitantes, -como el sótano en el que se amontonan los ejemplares de la revista Goya-. En esta ocasión el comisario, José Jiménez, propone crear un “espacio compartido”, un continente de las obsesiones de estos dos coleccionistas, con una visión personalísima del arte.

Bernardí Roig nos muestra su colección de cabezas en  cuerpos rechonchos con el torso desnudo y los pantalones desabrochados, que recuerdan a las primeras figuras de yeso a tamaño real de George Segal (1924-2000), con esa apariencia impersonal y melancólica. Pese a su enorme similitud en apariencia, al contrario que Segal, Roig parece poner el acento en sus figuras estandarizadas, desviando nuestra atención de los particulares objetos que las rodean.

El hiperrealismo de estas figuras se aprecia en su enorme gestualidad, fruto la reacción ante una luz fluorescente tan fuerte que resulta cegadora, en clara deuda con el austriaco Franz Messerschmidt (1736-1783). Desde el hombre que nos cierra el paso a una sala cuyos ojos están ocultos tras una barra fluorescente, hasta el individuo del sótano que intenta chupar una bombilla, atraído hacia ella como un mosquito. Pero donde resulta más evidente esta obsesión por la ceguera y el contraste entre la deslumbrante luz y la oscuridad total es en el video que él mismo protagoniza en el interior del museo, Ejercicios de invisibilidad. Caracterizado de forma algo siniestra y acorde a su interés por la estética del varón gordo con alopecia, recorre el museo de noche, con los ojos grapados y con una única luz sobre su cabeza de tal intensidad, que en lugar de guiarle le ciega más aún. De fondo, una distorsionada balada de Elvis Presley, que pareciera más bien un zumbido que una canción de amor, se expande por las salas como un eco sepulcral, inquietante y terrorífico.

Donde podemos ver más claramente los intereses del artista es en su “Tablero de imágenes”: un gran mural de recortes, fotografías, dibujos y bocetos de todo tipo permiten realizar una lectura conceptual de la obra de Roig, de sus intereses, sus deseos, su inspiración y su entorno más cercano.

Se trata de un proyecto muy personal que permite el acercamiento al coleccionista como individuo, y convierte el hecho de coleccionar en algo diferente: una recopilación de los fantasmas y los deseos del yo más profundo que se manifiestan de las más diversas formas. Es también una suerte de recorrido a la inversa en el proceso de creación artística de Bernardí Roig, quien hace del coleccionismo, la acumulación y el pensamiento obsesivo una brillante metáfora del proceso creativo.



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