jueves, 31 de enero de 2013

Arte, instituición y revisión


Janaína Nagata Otoch (estudiante intercambista de Brasil)

Transvanguardia, pintura postpictórica, postminimalismo, neorrealismo, neodadaísmo.  Ante todos esos terminos tenemos la sensación de vivir en una época donde todo no es más que la pura reformulación. El arte, abandonando la búsqueda de la novedad tan típica del modernismo, se conduce sobre sí misma en un intento de elegir un repertorio para trabajar. Y considerándose el postmodernismo una situación cultural generalizada, no solo el arte sino también los espacios artísticos se reformulan, reflexionan sobre sus acervos y, en última instancia, invitan los artistas a hacerlo también. En este contexto, la propuesta de la exposición del artista mallorquín Bernardí Roig de dialogar con la colección Lazaro Galdiano no es una novedad.
Aunque las invitaciones muchas veces ocurren por parte de los museos, no siempre logran mantener una buena imagen de sí mismos. Tomemos como ejemplo, desde luego, los múltiples proyectos de Hans Hackee que consisten en duras críticas y reflexiones sobre el pasado y el archivo de las instituciones. Hay que acordarse también del proyecto de la artista brasileña Carmela Gross de apertura de las ventanas por tanto tiempo lacradas del edificio de la Estación Pinacoteca de São Paulo, edificio que en su pasado histórico fue utilizado como sede del departamento gubernamental DOPS DOI-COD, el principal órgano de control y represión de los movimientos sociales durante la dictadura militar brasileña. Estos son sólo dos ejemplos de cómo la apropiación postmoderna procesa una alteración del conocimiento histórico y, de este modo, opera como una crítica de su propia esfera de producción y de recepción. De este modo, aunque se valen de mecanismos referenciais, apropriacionistas e historicistas, no rompen completamente con las vanguardias, como pudieran aparentarlo en un principio, sino que retoman algunas de las críticas lanzadas por estas - entre ellas aquella duchampiana que se refiere a la institucionalización del arte y sus procesos de  mediación.
A su vez, la propuesta de Bernardí Roig parece proyectarse en sentido opuesto. El artista no ha pretendido criticar ni colonizar el espacio de la fundación. Sus obras, algunas de ellas hechas especialmente para esta exposición, constituyen una narrativa sutil y sencilla que dialoga con el museo, su colección y arquitectura, incorporándose a ella de manera singular. Muchas veces incluso nos hacen recoger rincones inusuales y salas olvidadas del edificio.  Por lo tanto, se contemporizan y relacionan intrínsecamente con el concepto de coleccionismo que  propone la fundación Lázaro Galdeano.  Así pues, la propuesta estética de Bernardí tiene un carácter más “afirmativo”. Eso se ejemplifica en la frase de presentación de la exposición en la nota de prensa de la fundación:

“El coleccionista de obsesiones”  es la primera exposición individual de un artista
vivo que realiza el Museo y con ella la Fundación Lázaro Galdiano da un paso más
en esta nueva etapa en la que se han marcado como objetivo ofrecer una
programación    cultural activa y estable que les    permita dar a conocer, desde
múltiples vertientes, la riqueza de la labor cultural que José Lázaro inició. 

Ese carácter afirmativo nos hace reflexionar sobre una característica latente de nuestro tiempo: por más paradójico que parezca, frente al modernismo el arte sistémico es el arte de ruptura.  Digo eso pues las intervenciones de Bernardí abdican a los principios de novedad y de rechazo en los cuales se sostenían las vanguardias artísticas en el período moderno. En su búsqueda por el diálogo, la sutileza y los distintos sentidos e interpretaciones de la tradición,  proporcionan al visitante una relación agradable y a la vez sorprendente y reflexiva. Pero que al mismo tiempo contemporiza con las nociones de coleccionismo y de arte como objeto. ¿Será esta la forma que queremos de relacionarnos con nuestro legado modernista y con las cuestiones planteadas por las vanguardias históricas?  

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