jueves, 31 de enero de 2013

la obsesión como arte


 Bernardí Roig. "El coleccionista de obsesiones".
Museo Lázaro Galdiano.
C/ Serrano, 122.


            La Fundación Lázaro Galdiano, cuyos fondos incluyen monedas, medallas, armas y armaduras, cuadros… todo dentro del estilo clásico-renacentista nos sorprende por albergar la exposición de Bernardí Roig (Palma de Mallorca de 1965), fuera de todas las líneas de este museo.
            Quizá algo más que llama la atención es el hecho de que la muestra presenta 17 obras en los espacios de la Fundación (8 obras son inéditas y otras 2 están reformuladas para esta exposición), totalmente integradas; dibujos, esculturas, un libro de luz, un molde escultórico, un tablero de imágenes y una película rodada especialmente para esta exposición, todo esto demuestra una gran unidad.
            Centrándonos en esta exposición “El coleccionista de obsesiones” (la primera exposición que hace el museo de un artista vivo), es una muestra concebida por el propio artista y el comisario José Jiménez como un diálogo abierto, el diálogo de lo que para el artista significa una colección, atesorar conocimiento, almacenarlo y mostrarlo en la casa del coleccionista, por eso, resulta que al final no es tan rara la idea de exponer la exposición conjunta a la que ya hay en el Lázaro, sino que es un buen sitio para exponer la propia casa del coleccionista.
            La impresión que nos causa esta exposición es total incertidumbre e innovación, esto lo vemos por ejemplo en la escultura que está adaptada a un nuevo espacio abierto al público por primera vez, en el sótano, concretamente el pasillo lleno de estanterías de números antiguos de la revista Goya, lo cual es una paradoja, ya que fue publicada por el propio museo, como decía Roig, es un “almacén de conocimiento que espera la luz”, pero esta idea de usar nuevos espacios no se usa solamente aquí, sino que la muestra recorre salas y espacios que no forman parte del recorrido expositivo habitual del museo como es la denominada sala de las armaduras, los jardines o una de las terrazas exteriores del museo
            Sería conveniente decir lo que Roig dice sobre sus propias obras y es que “dialogan con el espacio que ocupan, ya que con su presencia activan el lugar. Se disponen en función de la arquitectura y sus elementos; los suelos, las esquinas, las columnas y la luz. La idea es que esa presencia en el espacio sea capaz de crear el vacío para que así los límites de la obra sean los límites del espacio que la contiene”. Una vez situada la figura en el espacio, el artista considera que aparecen otros elementos que ayudan a sostener la narración, “Por último, aparece el espectador que con su mirada fertilizará el sentido de todo lo que esté ocurriendo. Es el que activa el relato porque no hay mirada que modifique con su presencia aquello que mira”.
            Estamos en una época de cambios en el modo expositivo, y aquí nos encontramos con una de ellas, varios son los cambios, uno de ellos, como ya hemos hablado antes es el uso innovador de las instalaciones, otra es que podríamos hablar de un arte total, también es digno de mencionar la luz (usando focos de teatro en la que tan solo se ilumina la obra). Además el artista intenta empatizar con nosotros, la sensación desde que entras en los jardines es agobiante por decirlo de alguna manera, y a mi entender, ese efecto se logra por completo con el vídeo en blanco y negro y el iluminado (simulando sus estatuas) que recorre solo todo el museo.
            Pero al igual que empatiza con nosotros en este sentido, también se podría decir que el propio título de la exposición es una manera de darse a conocer, de descubrirse ante nosotros dándonos a conocer sus temores y obsesiones personalizadas en las estatuas.

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