jueves, 31 de enero de 2013

El rapto de la contemporaneidad.


                                                                  Bernardi Roig. El coleccionista de obsesiones.
                                           Fundación Lázaro Galdiano. 25 de enero - 20 de mayo 2013.
                                                                                                             Alicia Ruiz Muñoz.
                                                         

                Uno de los beneficios de ser un artista  con buena y sonada trayectoria a tus espaldas, es que antes o después te ofrecen sugerentes oportunidades y  hasta el más tradicional de los museos quiere entrar en tu juego.
Se une a esta cada vez más frecuente moda la Fundación Lázaro Galdiano, que ha decidido prestar incluso sus zonas menos habituales como purgatorio para las inquietantes figuras de Roig. Desde un sótano donde se acumulan los números de la revista Goya al jardín en que encontramos un cadáver semienterrado, las esculturas de Bernardi Roig campan a sus anchas.
Muestra de esta práctica en boga daba ya el Museo del Prado el pasado año 2012, presentando los dibujos de Eduardo Arroyo, el Acróbata de la bola de Picasso o sin ir más lejos la multitudinaria exposición del Hermitage, con gran parte de artistas de vanguardia. No sé hasta qué punto podemos considerar la inclusión de artistas contemporáneos en museos de arte que no están dedicados a ello. Por un lado resulta interesante el trabajo entre ambos y la intención de crear un diálogo del que, no lo discuto, pueden surgir buenos resultados. Así,  manifestamos que el arte actual debe parte de su ser a una tradición de afirmaciones, negaciones y negaciones de la negación. De este modo nos resulta aún más cómico encontrarnos con estos hombres blancos, semejantes a la escultura más clásica, pero con un canon totalmente antagónico que rechaza la belleza estereotipada, la cual para evolucionar a la contemporaneidad decide ser negada estrictamente. Sin embargo, debemos prefijar los marcos de actuación de los diferentes museos y tratar que las actividades de uno no se entrometan jamás en los campos de investigación del otro. Nuestro margen es flexible pero debemos ser equilibrados, a este ritmo solo queda que el Prado reclame el Guernica para sus salas.              

                La unión cuanto poco resulta inquietante y más parece que el Lázaro Galdiano haya sido ocupado de forma silenciosa en lugar de haber prestado voluntariamente sus salas. Roig sin embargo no es ningún principiante en este campo, su obra ya se ha expuesto con anterioridad en situaciones semejantes en Shadows must dance, (2012, Ca’ Pesaro, Venecia), aunque en este caso sí que se planteaba un diálogo directo entre las obras y aunque muchas de ellas se presentan también en esta muestra, su significado ha cambiado completamente. En El coleccionista de obsesiones la coexistencia de ambas colecciones parece imposible, finalmente una se ve subordinada a la otra, el visitante terminará viéndose absorbido por una de ellas.   

                A pesar de que busque lo inusual, lo dramático, lo bizarro o incorpore llamativos medios como los neones, la obra de Roig juega con un punto muy versátil a su favor; el siempre popular realismo. Más allá del proceso y de la intención, al público general le gusta gozar de ese realismo en el que poder contemplar el detalle de una escultura. A simple vista todos esos hombres desconocidos parecen querer hacer un guiño a los mármoles clásicos o los bronces renacentistas que expone el museo. No cabe duda sin embargo de que todo ello va mucho más allá, se capte o no el mensaje. Por primera vez el artista mallorquín ha querido hacer énfasis en este detalle presentando uno de sus moldes, mostrando que el mérito es mucho más que la técnica y la mano sacralizada del artista.

 
               A lo largo del recorrido tendremos que aprender a captar el juego del espacio que propone Roig y hallar en los rincones del edificio a estos personajes que se mantienen distantes, casi autistas, concentrados cada uno en su tarea sin prestar demasiada atención a la vida del museo ni a sus visitantes.  Quizás este sea su manifiesto, existen elementos que por mucho que tratemos de unir extrañamente pueden fraguar y es que lo único que puede unir a Lázaro Galdiano y a Bernardi Roig es su obsesión por el coleccionismo, algunos coleccionan arte, y otros obsesiones.    

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