Museo Lázaro Galdiano. Del 25 de enero al 20 de mayo de 2013
Linda Nadine Ruiz Erqueaga
El
instante - escribe Roig- es blanco, de eso no hay duda.
El
primer instante de la muerte es también blanco – lo que viene después no es
muerte sino putrefacción. Pero además, la muerte es, de manera universal, horizontal.
Tan sólo el Che murió en vertical. Para los demás, la verticalidad es una
cualidad que se reserva, como el rosado, exclusivamente a los vivos. Bernardi
Roig lo explica así:
“Un
hombre debe esperar siempre de pie, el hombre que espera sentado es un condenado
a muerte, ha perdido toda esperanza.”
Aquel
sujeto que se encuentra tumbado está, comenta Roig, sencillamente ensayando su
estado final. La verticalidad domina la obra de Bernardi Roig pero sólo como su
última expresión; el blanco omnipresente presagia la transición inminente. O
quizá nos habla de una transición que ha ya acontecido, muertos que se creen
aún vivos, que no se resignan a su horizontalidad, y la sociedad – de muertos –
les permite la confusión.
Desde
luego, el hombre es el epicentro de los pensamientos de Roig, la figura del
hombre es lo que da forma a sus obsesiones. Sus reflexiones versan sobre la
muerte, el sexo, la soledad, la ceguera, el mutismo, la imposibilidad de que
quepa una palabra. Sus ejercicios son sin duda masculinos, la formalización de
todos estos pensamientos se hace a través de la figura del hombre, entendido
como esa mitad de la humanidad masculina: sus reflexiones no son neutras,
tienen sexo. Así por ejemplo, la reflexión toma forma masculina con el hombre
que apoya su cabeza contra la pared, y la sensualidad se feminiza, plasmada en
la prostituta Lady B. En este sentido es también interesante ver como Roig
trata con cierto hibridismo los cuerpos humanos (Paipets 1998), convirtiendo bio-mujeres en tecno-hombres.
El
erotismo, como hemos mencionado es otra de las cuestiones que le obsesiona. Lo
vemos en Diana y Acteón, donde se fusionan el erotismo y la incomunicación,
puesto que Acteón ya se está transformando y no puede emitir palabra, su cabeza
es ya la de un ciervo. En ese instante de incomunicabilidad está congelando el
momento de la violación, manteniendo la tensión entre los dos personajes que,
unidos por un momento, quedarán separados para el resto de la historia.
¿Por
qué Roig escoge al hombre blanco, gordo y calvo como el paradigma de la
incomunicación y la soledad? Quizá la pregunta deberíamos hacérsela a Bukowski.
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