El sueño que cabe en la galería
Janaína Nagata Otoch
(estudiante intercambista)
La galería Max Estrella recibió la primera exposición individual del
artista gallego Jorge Perianes. Desde entonces, se convirtió en un universo
onírico: tazas de vino amenazando caerse y destrozarse, escaleras que apuntan para
la nada, rocas aparentemente pesadas sustentadas por finos pilares de metal.
Una serie de objetos construidos, cortados y manipulados a modo de producir fragmentos absurdos y metáforas
sutiles que se relacionan en una escenografía narrativa hecha especialmente
para el espacio expositivo de la galería.
Es evidente que no estamos frente a una pesadilla. El detallismo, la
precisión, la belleza y la disposición más bien organizada de las partes,
aunque un poco incómodas, nos alejan del tan obscuro universo del inconsciente.
Por supuesto, todo eso es reforzado por el hecho de que los fragmentos están
expuestos en plena conformidad con la luz de la caja blanca, que uniformiza
todo bajo el estigma de obra de arte.
En un catálogo hecho para la exposición “Los animales se equivocan”, David
Barros compara los objetos y fragmentos de Periani con las cárceles de
Piranesi. No se puede negar que hay elementos que dialogan en los grabados de
uno y en los pequeños objetos del otro, aunque no son meramente diálogos de correspondencias
y similitudes. Tomemos como ejemplo las escaleras: si en Piranesi son caóticas, confusas, angustiantes y
repugnantes como una pesadilla, en Periani son tímidas y ordenadas. Además, la
composición de Piranesi es expansiva, es decir, la confusión no se circunscribe
a los límites de la matriz, mientras que en Periani abdica del carácter
expansivo por una dimensión poética e introspectiva de la metáfora y del sueño,
que no repele sino es un simple objeto de curiosidad o duda.
Cuando apreciamos los objetos de Periani, además de Piranesi, recordamos
los cuadros surrealistas de Dali y Magritte: parece que las metáforas pintadas
salen de los cuadros y se meten en el espacio. Una de las metáforas de Periani
incluso hace referencia a la manzana de Magritte, con quien guarda una profunda
similitud: la preocupación principal es lo que se representa y no cómo se
representa, es decir, no importa si las técnicas y la manera de presentar son
tradicionales y conservadoras, siempre que representen perfectamente la
metáfora pretendida.
Estas metáforas, como ya fue dicho, son más curiosas que repugnantes. No se
proyectan hacia afuera, sino que nos remiten a una dimensión intimista y se
acomodan perfectamente en el espacio de la galería. Son técnicamente bien
ejecutadas pero nada osadas. Este carácter sin pretensión tal vez sea el aspecto
más relevante de la exposición: nos coloca frente a los aspectos más
angustiantes de nuestro tiempo, en donde lo que importa no es decir sino mostrar. Un tiempo tímido, frágil y melancólico, que no está
preocupado por innovar, chocar, o producir malestar. Un tiempo en donde todo
está bien hecho, pero algo parece fuera del lugar. Un tiempo nihilista, en el
cual los sueños se acomodan en las galerías. En ese sentido, se adecua
perfectamente la frase del artista: “El mecanismo es muy similar al de las
flores o las plantas carnívoras. Son mecanismos que te acercan a una historia
que quizás es más cruel o cruda de lo que parece”.
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