JORGE PERIANES
Galería Max Estrella
31 enero al 6 abril de
2013
Carmen Bárbara García
Rodríguez
La exposición
de Jorge Perianes en la galería Max Estrella transmite de forma inmediata una
sensación de pureza y limpieza de formas, por medio de un gran detallismo y un
acabado concreto. Sus obras dialogan entre sí de una forma peculiar: los
espacios amplios y luminosos contrastan con una sala más reducida e íntima,
ambas modificadas por la mano del hombre, que aparentemente no se encuentra
presente. Desde el momento de entrada se ve al protagonista, el público,
reflejado en dos espejos: dos obras que interactúan con el espectador y lo
incluyen en el diálogo expositivo por medio del trompe l’oeil, en clara alusión
a Magritte.
Lo natural
penetra en el espacio arquitectónico artificial de la galería, por medio del
hombre-artista, que sostiene las rocas del techo con puntales de obra, y
perfora el pladur para dejar entrar la vegetación. Traslada virtualmente el
espacio expositivo y ya no parece que estemos en el centro de la capital, sino
en medio de una selva, de un entorno natural que quiere penetrar por cualquier
hueco disponible. Incluso un pájaro ausente ha encontrado una vía
estratégicamente colocada para retornar a su hábitat natural. Este diálogo de
las obras que remite a lo natural y orgánico en un primer momento, deja paso a
cierta sensación de inquietud. El ser humano ha estado aquí, vemos su
intervención a posteriori: ha roto el cristal, la madera, ha abierto la jaula,
ha perforado el paramento e incluso ha mordisqueado una manzana verde; pero se
ha ido.
El siguiente
espacio, que completa la galería con luz más íntima, expone una serie de
vidrios, que provocan atracción y alejamiento al mismo tiempo, fruto del efecto
que nos produce el ámbito “sagrado” de la exposición. Son objetos cotidianos
que se elevan a la categoría de obra de arte por medio de peanas, al modo
duchampiano. Un tono fin de fiesta se palpa en la sala, nos dice que se acabó
lo bueno, y nos presenta los desperdicios del hombre que ha llegado, se ha
divertido y ya no está. Es una metáfora visual del paso del tiempo, de su
fugacidad y de la necesidad frenética de consumir de la sociedad actual, no
sólo objetos sino tiempo y experiencias. Después de la diversión llega la
insatisfacción, y nos encontramos las huellas del paso frenético y hedonista de
la bacanal humana.
Lo utópico de
esta cuestión está presente en las copas imposibles, no se puede beber de
ellas, agotamos el tiempo porque queremos vivir eternamente, consumimos cuantas
más experiencias mejor, más pleno resulta nuestro paso por el mundo, y menos
pensamos en el destino universalmente ineludible de nuestra especie. Hacemos
estudios, cine, literatura, arte sobre el hombre; lo que le preocupa al ser
humano –o al menos a aquellos que se preocupan- es su propia naturaleza, lo
efímero de su existencia, y lo que se encuentra al final es un callejón sin
salida: apenas somos nada y en nada nos convertiremos. Ante eso, nos queda la
acción, modificar el entorno que nos rodea, intentar de alguna forma que
nuestro paso por la vida permanezca.
La huella de
la acción del hombre que Perianes nos muestra en sus obras, ponen de relieve
sus actos, no sus palabras ni sus intenciones; ya que, al fin y al cabo, son
los actos individuales los que manifiestan nuestro yo interior, en un momento
de gusto generalizado por la autobiografía, la rápida y fácil descripción
personal, que en caso de insatisfacción puede ser modificada y que viene
encabezada por los perfiles de las redes sociales, en las que los enunciados yo soy, yo tengo, yo quiero, definen las
pautas de creación de la identidad actual.
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