Wilfredo Prieto. Café hecho
por Di.
Nogueras Blanchard. C/ Dr. Fourquet, 4,
Madrid.
2.feb – 30.mar/2013.
Judit del Río.
La humildad de la técnica
pictográfica frente a las tradicionalmente más valiosas, su
simplicidad simbólica y discursiva, son lo que la hacen tan
preciada. Las paredes alicatadas de dibujo –alguna representación
de esta situación tan peculiar, tan de salón del XIX, tan de
Nogueras Blanchard del XXI con Wilfredo Prieto expuesto, se cuela
entre tantas otras, y vemos como en un espejo el horror vacuii
propio, quién sabe si autorretratándose, quién sabe si conformando
un bucle retroalimentativo infinito en que el dibujo representa la
galería que contiene el dibujo de la galería que lo contiene–
denotan, pese al complejo abigarramiento en que han dado en
disponerse, la simplicidad y la humildad, la pequeñez de lo humano
bien aceptada y aprendida. La modestia del dibujo, como decía, no
obstante no se opone a la reivindicación, bien legítima, de este
como técnica por sí mismo, con su léxico y su modo de hacer
específicos; y no sólo de uso preparatorio o como abocetado de una
obra aún mayor.
Si simplicidad es como se
quiere llamar al concepto que aglutina la muestra, sea así: no
resulta inconveniente, previa matización: no hay ninguna intención
peyorativa, sino la contraria alabatoria. Lo simple, entendido como
una relación neta, límpida, aprehensible y funcional que conecta
los conceptos y objetos que aparecen desperdigados ante la vista
perdida y errante del que mira. No se trata, pues, de incompletitud
–retomando aquello que decía del dibujo como vehículo autónomo
de una idea, no subordinado a una formalización otra de la idea
artística–, sino de una perfecta imbricación, una correspondencia
impecable entre el dibujo, lo dibujado y el dibujante. Lo cotidiano
se presenta aquí también, esta vez mediante esquejes metonímicos
de lo ordinario: mondas de plátano, el café de Di, la agenda, un
zapato (acompañado cuchillo y tenedor). Esta ingenuidad del dibujo
es también la de lo íntimo presentado sin mediación ni excusa, la
que provoca cercanía y entendimiento.
Hay además otros bloques
temáticos discernibles en el conjunto, aunque imposibles de extraer
por separado como si de campos de interés distintos se trataran
–puesto que no lo son–. Lo sociopolítico está presente en la
manera en que se trata de la realidad palpable y es el paisaje que el
individuo, sea Prieto o cualquier otro que viva de acuerdo a los
niveles de industrialización del Mundo Desarrollado, puede ver desde
su ventana. Oleoductos, gastos desmesurados de energía, la pujanza
entre el control moral de la Iglesia y el control económico de los
bancos –pero siempre control, siempre miseria, bien sea pecuniaria
o bien espiritual–, la infrastructura viaria –trazada en forma de
infinito: como un proceso desarrollista que nunca para–. Lo
surrealista-onírico aparece como un dejarse llevar inconscientemente
sobre el papel: campo de formas cúnicas con cruces, flora y fauna
marina de fantasía, de tipo coral, anémona, espongiforme; espirales
y alambradas de espino imposibles de destejer, una mujer de ciclo
azul que muestra el reflujo en sus extremidades cianóticas. La
preocupación por el espacio, el espacio propio que cada cual ocupa
en el mundo: desde unas termas contemporáneas hasta jaulas donde
cada huésped es el invitado inapelable todo apunta a una conexión
entre el sitio físico y el sitio íntimo de uno: la caótica
disposición de conceptos se ordena, se parcela, se categoriza.
Un friso corrido
bidimensional, a modo de narración presenta un compendio de todo
el trabajo realizado anteriormente. También es la puesta en continuidad de todos
los retazos que aparecen inmiscibles en las paredes: asigna su
dimensión temporal a aquellos que parecían sólo fragmentos,
abstracciones del subconsciente caótico. Esa realidad social y
cotidiana y onírica puesta en pie y caminando.
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