Jorge Perianes
Galería Max Estrella
31 enero – 6 abril 2013
Celia Lucia Soldado Moreno
La naturaleza, con muchísima fuerza, es capaz de
atravesar las barreras físicas y pictóricas llegando incluso a salirse del
cuadro en un trampolín a punto de saltar a los confines de la realidad más
cruel incluso que aquella representada en los cuadros de temática tan kitsh
capaces de trasladarnos a otra época, a otro ambiente, o incluso a otro país.
Es la naturaleza de nuevo la que constantemente quiere salir de sus jaulas que
aprisionan su expansión, siendo así capaz de traspasar las paredes las pequeñas
ramas con hojas que no hacen otra cosa más que trazar un cuadrado perfecto a
modo de ventana, pareciendo que están empujando, cargando de vida a la obra y
dándola movimiento. Naturaleza creadora pero también destructora, capaz de
penetrar en cualquier sitio por inesperado que sea. Esto es perceptible a lo
largo de toda la obra de Perianes, donde todos sus “bichos” consiguen pasearse
“a sus anchas” por todos los rincones, destruyendo con su hambre voraz, lo que
encuentran a su paso. Todas sus piezas denotan vida, movimiento, el paso de la
vida, tempus fugit, como el humo de uno de esos trenes antiguos
que al pasar dejaba su estela, como los futuristas con las líneas de
movimiento, es ese deseo de dejar plasmada la huella del ser humano que aun sin
estar presente en la obra es perfectamente notable su presencia.
Nos damos de lleno en una metáfora constante,
una metáfora de la vida, pero también de la muerte, claramente representada en
las dos copas de vino puestas de manera que se asemejan a un reloj de arena,
una encima de otra. Y como dice David Barro en “un cultivador de grietas en el cementerio de los sueños”, la obra
de Perianes en si es poesía, que no “dice” sino que “muestra” en un ejercicio
de acercamiento al espectador, funcionando de tal forma que la fábula en si se
asemeja a una máscara de perversa persuasión[1].
Gran parte de la obra la deja a cargo de nuestra
propia capacidad de ver “más allá”, como si nos hubiera dado unas pautas y
nosotros tuviéramos que continuar el resto del proceso de construcción del
mensaje, dependiendo de la asimilación, este puede ser muy diverso. Realmente
ahí está la esencia verdadera del arte, las sensaciones y conclusiones que
puede llevar a cada uno. Al ver un objeto situado, como una de sus copas, bajo
un foco en un pedestal sin vitrina que además le da cierta teatralización a la composición,
somos capaces de recrear una historia ya que tendemos a pensar en lo que ha
podido suceder para que eso haya llegado a esa situación, es nuestra obsesión
por buscar explicaciones a todo aquello que se nos presenta ante nuestras
narices la que sin embargo nos juega malas pasadas en otras muchas ocasiones.
Como si fueran las pistas de una historia que se ha de contar, o no.
También podemos ver las piezas desde un sentido
humano, relacionándonos directamente con nosotros. De alguna manera el espejo
siendo atravesado por la pieza rectangular y salpicada con trozos de cristal,
no hace más que remitirnos a algún tipo de acto sexual con penetración
incluida. Otro ejemplo es la copa con cristales en el borde que no hace más que
recordarnos a la corona de espinas dentro de un ámbito religioso. Como dice
David Barro “el contexto se ha convertido en el contenido”, y nosotros los
encargados de construirlo.
[1] DAVID BARRO, un cultivador de grietas en el cementerio de
los sueños. Los animales se equivocan, Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Unión Fenosa, La Coruña, 2009
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