martes, 12 de febrero de 2013

La intimidad es comerse uno su zapato.



Wilfredo Prieto. Café hecho por Di.
Nogueras Blanchard. C/ Dr. Fourquet, 4, Madrid.
2.feb – 30.mar/2013.


Judit del Río.


La humildad de la técnica pictográfica frente a las tradicionalmente más valiosas, su simplicidad simbólica y discursiva, son lo que la hacen tan preciada. Las paredes alicatadas de dibujo –alguna representación de esta situación tan peculiar, tan de salón del XIX, tan de Nogueras Blanchard del XXI con Wilfredo Prieto expuesto, se cuela entre tantas otras, y vemos como en un espejo el horror vacuii propio, quién sabe si autorretratándose, quién sabe si conformando un bucle retroalimentativo infinito en que el dibujo representa la galería que contiene el dibujo de la galería que lo contiene– denotan, pese al complejo abigarramiento en que han dado en disponerse, la simplicidad y la humildad, la pequeñez de lo humano bien aceptada y aprendida. La modestia del dibujo, como decía, no obstante no se opone a la reivindicación, bien legítima, de este como técnica por sí mismo, con su léxico y su modo de hacer específicos; y no sólo de uso preparatorio o como abocetado de una obra aún mayor.

Si simplicidad es como se quiere llamar al concepto que aglutina la muestra, sea así: no resulta inconveniente, previa matización: no hay ninguna intención peyorativa, sino la contraria alabatoria. Lo simple, entendido como una relación neta, límpida, aprehensible y funcional que conecta los conceptos y objetos que aparecen desperdigados ante la vista perdida y errante del que mira. No se trata, pues, de incompletitud –retomando aquello que decía del dibujo como vehículo autónomo de una idea, no subordinado a una formalización otra de la idea artística–, sino de una perfecta imbricación, una correspondencia impecable entre el dibujo, lo dibujado y el dibujante. Lo cotidiano se presenta aquí también, esta vez mediante esquejes metonímicos de lo ordinario: mondas de plátano, el café de Di, la agenda, un zapato (acompañado cuchillo y tenedor). Esta ingenuidad del dibujo es también la de lo íntimo presentado sin mediación ni excusa, la que provoca cercanía y entendimiento.

Hay además otros bloques temáticos discernibles en el conjunto, aunque imposibles de extraer por separado como si de campos de interés distintos se trataran –puesto que no lo son–. Lo sociopolítico está presente en la manera en que se trata de la realidad palpable y es el paisaje que el individuo, sea Prieto o cualquier otro que viva de acuerdo a los niveles de industrialización del Mundo Desarrollado, puede ver desde su ventana. Oleoductos, gastos desmesurados de energía, la pujanza entre el control moral de la Iglesia y el control económico de los bancos –pero siempre control, siempre miseria, bien sea pecuniaria o bien espiritual–, la infrastructura viaria –trazada en forma de infinito: como un proceso desarrollista que nunca para–. Lo surrealista-onírico aparece como un dejarse llevar inconscientemente sobre el papel: campo de formas cúnicas con cruces, flora y fauna marina de fantasía, de tipo coral, anémona, espongiforme; espirales y alambradas de espino imposibles de destejer, una mujer de ciclo azul que muestra el reflujo en sus extremidades cianóticas. La preocupación por el espacio, el espacio propio que cada cual ocupa en el mundo: desde unas termas contemporáneas hasta jaulas donde cada huésped es el invitado inapelable todo apunta a una conexión entre el sitio físico y el sitio íntimo de uno: la caótica disposición de conceptos se ordena, se parcela, se categoriza.

Un friso corrido bidimensional, a modo de narración presenta un compendio de todo el trabajo realizado anteriormente. También es la puesta en continuidad de todos los retazos que aparecen inmiscibles en las paredes: asigna su dimensión temporal a aquellos que parecían sólo fragmentos, abstracciones del subconsciente caótico. Esa realidad social y cotidiana y onírica puesta en pie y caminando.  

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