jueves, 7 de febrero de 2013

Salto desde el trampolín


Jorge Perianes

Galería Max Estrella

31 enero – 6 abril 2013

Celia Lucia Soldado Moreno

La naturaleza, con muchísima fuerza, es capaz de atravesar las barreras físicas y pictóricas llegando incluso a salirse del cuadro en un trampolín a punto de saltar a los confines de la realidad más cruel incluso que aquella representada en los cuadros de temática tan kitsh capaces de trasladarnos a otra época, a otro ambiente, o incluso a otro país. Es la naturaleza de nuevo la que constantemente quiere salir de sus jaulas que aprisionan su expansión, siendo así capaz de traspasar las paredes las pequeñas ramas con hojas que no hacen otra cosa más que trazar un cuadrado perfecto a modo de ventana, pareciendo que están empujando, cargando de vida a la obra y dándola movimiento. Naturaleza creadora pero también destructora, capaz de penetrar en cualquier sitio por inesperado que sea. Esto es perceptible a lo largo de toda la obra de Perianes, donde todos sus “bichos” consiguen pasearse “a sus anchas” por todos los rincones, destruyendo con su hambre voraz, lo que encuentran a su paso. Todas sus piezas denotan vida, movimiento, el paso de la vida, tempus fugit,  como el humo de uno de esos trenes antiguos que al pasar dejaba su estela, como los futuristas con las líneas de movimiento, es ese deseo de dejar plasmada la huella del ser humano que aun sin estar presente en la obra es perfectamente notable su presencia.
Nos damos de lleno en una metáfora constante, una metáfora de la vida, pero también de la muerte, claramente representada en las dos copas de vino puestas de manera que se asemejan a un reloj de arena, una encima de otra. Y como dice David Barro en “un cultivador de grietas en el cementerio de los sueños”, la obra de Perianes en si es poesía, que no “dice” sino que “muestra” en un ejercicio de acercamiento al espectador, funcionando de tal forma que la fábula en si se asemeja a una máscara de perversa persuasión[1].

Gran parte de la obra la deja a cargo de nuestra propia capacidad de ver “más allá”, como si nos hubiera dado unas pautas y nosotros tuviéramos que continuar el resto del proceso de construcción del mensaje, dependiendo de la asimilación, este puede ser muy diverso. Realmente ahí está la esencia verdadera del arte, las sensaciones y conclusiones que puede llevar a cada uno. Al ver un objeto situado, como una de sus copas, bajo un foco en un pedestal sin vitrina que además le da cierta teatralización a la composición, somos capaces de recrear una historia ya que tendemos a pensar en lo que ha podido suceder para que eso haya llegado a esa situación, es nuestra obsesión por buscar explicaciones a todo aquello que se nos presenta ante nuestras narices la que sin embargo nos juega malas pasadas en otras muchas ocasiones. Como si fueran las pistas de una historia que se ha de contar, o no.
También podemos ver las piezas desde un sentido humano, relacionándonos directamente con nosotros. De alguna manera el espejo siendo atravesado por la pieza rectangular y salpicada con trozos de cristal, no hace más que remitirnos a algún tipo de acto sexual con penetración incluida. Otro ejemplo es la copa con cristales en el borde que no hace más que recordarnos a la corona de espinas dentro de un ámbito religioso. Como dice David Barro “el contexto se ha convertido en el contenido”, y nosotros los encargados de construirlo.


[1] DAVID BARRO, un cultivador de grietas en el cementerio de los sueños. Los animales se equivocan, Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Unión Fenosa, La Coruña, 2009

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