viernes, 1 de febrero de 2013

Cuadrado blanco sobre fondo Caucásico

El coleccionista de obsesiones
Museo Lázaro Galdiano. Del 25 de enero al 20 de mayo de 2013
Linda Nadine Ruiz Erqueaga

El instante - escribe Roig- es blanco, de eso no hay duda.

 ¿Cómo se comunica la incomunicación? Bernardi Roig tiene una respuesta para ello: la incomunicación aparece allí donde se invocan las metáforas del blanco, el frío o el invierno. Metáforas que el espectador consigue aprehender, rescatar de un plano meramente simbólico e ideal para convertirlas en sensaciones físicas que le embargan al observar sus figuras, sus espacios y sus instalaciones.
 El color blanco lo invade todo. Y con él, el frío y la soledad de hombres que parecían estar deambulando por la sala, exactamente como nosotros, quizá cabizbajos, quizá reflexivos o melancólicos, y que quedaron, en un instante – un instante siempre blanco –, petrificados como víctimas de una Medusa a la que The Lady (1988, bronce) nos recuerda demasiado. Congelados, como por el frío del invierno. Incomunicados, convertidos en materia pétrea. Pero sobre todo, despojados de las tonalidades rosadas que sólo pueden portar aquellos que están aún vivos. Y allí donde el color desaparece, uno solo lo envuelve todo: el blanco, por supuesto.
 
El primer instante de la muerte es también blanco – lo que viene después no es muerte sino putrefacción. Pero además, la muerte es, de manera universal, horizontal. Tan sólo el Che murió en vertical. Para los demás, la verticalidad es una cualidad que se reserva, como el rosado, exclusivamente a los vivos. Bernardi Roig lo explica así:
 
“Un hombre debe esperar siempre de pie, el hombre que espera sentado es un condenado a muerte, ha perdido toda esperanza.”
 
Aquel sujeto que se encuentra tumbado está, comenta Roig, sencillamente ensayando su estado final. La verticalidad domina la obra de Bernardi Roig pero sólo como su última expresión; el blanco omnipresente presagia la transición inminente. O quizá nos habla de una transición que ha ya acontecido, muertos que se creen aún vivos, que no se resignan a su horizontalidad, y la sociedad – de muertos – les permite la confusión.
Desde luego, el hombre es el epicentro de los pensamientos de Roig, la figura del hombre es lo que da forma a sus obsesiones. Sus reflexiones versan sobre la muerte, el sexo, la soledad, la ceguera, el mutismo, la imposibilidad de que quepa una palabra. Sus ejercicios son sin duda masculinos, la formalización de todos estos pensamientos se hace a través de la figura del hombre, entendido como esa mitad de la humanidad masculina: sus reflexiones no son neutras, tienen sexo. Así por ejemplo, la reflexión toma forma masculina con el hombre que apoya su cabeza contra la pared, y la sensualidad se feminiza, plasmada en la prostituta Lady B. En este sentido es también interesante ver como Roig trata con cierto hibridismo los cuerpos humanos (Paipets 1998), convirtiendo bio-mujeres en tecno-hombres.
 Al merodear entre su obra, sobre todo en esta última exposición, todas las figuras que nos encontramos son masculinas, hay una primacía de estas figuras sobre cualquier otro tipo de motivo. Los hombres gordos, calvos, semidesnudos y caucásicos son sin duda su leitmotiv, su singular obsesión.
El erotismo, como hemos mencionado es otra de las cuestiones que le obsesiona. Lo vemos en Diana y Acteón, donde se fusionan el erotismo y la incomunicación, puesto que Acteón ya se está transformando y no puede emitir palabra, su cabeza es ya la de un ciervo. En ese instante de incomunicabilidad está congelando el momento de la violación, manteniendo la tensión entre los dos personajes que, unidos por un momento, quedarán separados para el resto de la historia.
 
¿Por qué Roig escoge al hombre blanco, gordo y calvo como el paradigma de la incomunicación y la soledad? Quizá la pregunta deberíamos hacérsela a Bukowski.
 
 

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